“Hoy ponemos los fideos. Estamos todos y
todas“, dijo, en tono de gracia, Leonardo Grosso, el dirigente del Movimiento Evita que se sentó a la derecha
de Cristina Kirchner y organizó el acto para conmemorar el día de la
resistencia peronista en la sede del PJ Nacional.
La frase no fue
dicha al azar. En la primera fila del auditorio, ubicado en el primer piso del
partido, estaba sentado Axel Kicillof.
El Gobernador se reencontró públicamente con la ex presidenta. El jueves de la
semana pasada se habían vuelto a ver después de cinco meses de un gélido
silencio. En los movimientos y las miradas quedó claro que ya nada es como
antes.
En el medio de la interna y de la negociación
electoral, el Gobernador tuvo un gesto de
cercanía. La ex mandataria lo mandó a invitar a través de la
intendenta de Moreno, Mariel Fernández. Kicillof dijo que no podía y que iba a
mandar una delegación. Lo hizo. Un grupo de cinco dirigentes del Movimiento Derecho al Futuro (MDF) formaron
parte del plenario de la dirigencia, en la antesala del discurso de CFK.
Sobre la marcha, y después de encabezar una
reunión con sus intendentes en La Plata, decidió subirse a una combi y viajar
hacia la Ciudad de Buenos Aires para estar presente en el acto en el PJ. En
Matheu 130 no lo esperaban. En el cristinismo creen que en las próximas horas
la Corte Suprema confirmará la condena en la causa Vialidad y quedará en
condiciones de ser detenida. El foco del encuentro pasaba por organizarse para
resistir frente al posible fallo judicial.
El ingreso de Kicillof al auditorio fue
extremadamente frío. Hacía más de una hora que toda la dirigencia
cristinista aguardaba por el discurso de la ex vicepresidenta, que esperó hasta
último momento en su casa. El Gobernador entró junto a la vicegobernadora, Verónica Magario, y un grupo grande de intendentes y dirigentes de
su esquema político. No hubo aplausos. Tampoco silbidos. Indiferencia.
El aire espeso,
la sensación de incomodidad de los presentes y el enojo contenido en algunas
cabezas fue palpable con facilidad. “Somos
de la gloriosa juventud peronista, somos los herederos de Perón y Evita…”,
comenzaron a cantar los presentes en señal de bienvenida, frente a la necesidad
de decir o hacer algo para que el momento se diluya con cierta rapidez.
Rápidamente los dirigentes ultra K rompieron la
idea de unidad que sobrevolaba con la llegada de Kicillof. “Cuánto les falta para entender, que no fue
magia, nos conduce una mujer“, entonaron. El mensaje fue para el Gobernador
y sus leales, que ya no creen en esa canción de acordes camporistas. La interna está más vigente que nunca.
Los saludos de Kicillof con algunos dirigentes
fueron distantes. Pero no tanto como los de “Carli” Bianco, que es el más
apuntado por los cristinistas en este momento. Hubo besos congelados para
Mariel Fernández, Mayra Mendoza, Juliana Di Tullio, y Wado de Pedro. Todos en
primera fila. A esta altura son solo compañeros de militancia sin ganas de
verse las caras.
El jefe de
Gobierno bonaerense se ubicó al costado y siguió parado todos los discursos.
Llevaba una polera negra y un saco gris. Pasó el rato con gestos serios.
Guardia alta en cancha visitante. A su lado el “Cuervo” Larroque hizo lo mismo.
Lanzó algún saludo a la distancia y escuchó con atención. Aplaudieron en
algunos fragmentos del discurso de CFK. Sabían que habían ido a jugar a un
terreno hostil y lo hicieron sin apostar al conflicto.
Sin embargo, en el kicillofismo no dejaron pasar
por alto el recibimiento. “Estaban
cantando canciones como si tuvieran cinco años. La debilidad es total. Hicieron
un papel muy triste mientras están por condenar a CFK. No entienden nada. Están
perdidos”, advirtió, con dureza, un funcionario del gobierno bonaerense. No
cayó bien el recibimiento.
La visita al PJ desnudó, una vez más, las
divisiones internas. Todo está quebrado,
aunque algunos hagan esfuerzos para que no quede tan en
evidencia. Lo pueden maquillar, lo pueden disimular o lo pueden decorar. Pero el amor ya no está. Algo se rompió. Y,
tal vez, ya no haya cómo volver atrás.
Kicillof ingresó junto a los funcionarios Carlos
Bianco, Gabriel Katopodis, Cristina Álvarez Rodríguez, Walter Correa y Andrés
“Cuervo” Larroque. En esa delegación ingresaron también los intendentes
Fernando Espinoza (La Matanza), Mario Secco (Ensenada), Andrés Watson
(Florencio Varela), Pablo Descalzo (Ituzaingó), Mariano Cascallares (Almirante
Brown) y Julio Alak (La Plata). También estaban los ex jefes comunales
históricos en el peronismo bonaerense: Alberto Descalzo y Julio Pereyra. Caras
serias. Alguna risa nerviosa. Claridad absoluta de que ese ambiente ya no les
es familiar.
No había lugar
para todos. El salón estaba lleno. La organización de protocolo los repartió en
los costados. Kicillof, al que se le buscó lugar apenas se enteraron que iba a
estar presente, fue ubicado en el medio de Mariel Fernández y Mayra Mendoza. Primera fila. No hubo foto de
unidad.
No existieron los abrazos fraternos ni las miradas
cómplices. Tampoco las sonrisas sinceras. Hugo gestos adustos y algún
agradecimiento furtivo al Gobernador. Algunos quisieron recordar los viejos
tiempos de unidad. Fueron pocos. Muy pocos. “Fuimos a dar nuestra solidaridad.
Cuando hay un compañero en peligro, siempre vamos a estar. Esperemos que lo
reconozcan”, dijo uno de los kicillofistas presentes.
Pero no hubo reconocimiento público. La ex
presidenta le dedicó varias frases entre líneas al mandatario bonaerense.
“Tenemos todo un problema cuando se llega en nombre de un proceso colectivo y
en lugar de mirarse y verse como un dispositivo de ese proyecto colectivo,
tenemos gente que se asume como un proyecto personal. Es un problema que no es
nuevo tampoco en el peronismo”, sostuvo.
Ese mismo argumento es que el camporismo ha
utilizado en el último año y medio para cuestionar a Kicillof, acusándolo de
estar al frente de un proyecto personal. La
ex presidenta no nombró al Gobernador en ningún momento. No hubo señales
públicas de distensión. “No van a
aflojar nunca. Son básicos. Se quedan en la chiquita. Van a pelear hasta el
final. Axel hizo lo que tenía que hacer”, sostuvo uno de los kicillofistas
que entró al PJ.
En una segunda
intervención CFK planteó que después de la derrota en el 2015 se pudo organizar
una estrategia de construcción para volver al poder en el 2019. “Eso requiere
de desprendimientos personales. La unidad siempre y cuando sea yo, no sirve”,
fue otro de los mensajes con destinario claro.
Por último, ya fuera del partido, en una tarima
improvisada, la ex presidenta habló directo hacia la interna del peronismo: “Lo único que escucho últimamente es qué lugar
me toca en las listas. Déjense de joder”, sentenció. Y agregó: “Hay
que ser solidarios. Hay que tener empatía con los demás. Pero nadie va a creer
que somos solidarios si nos estamos despedazando entre nosotros”.
En el kicillofismo insisten hace tiempo con una
idea, que se reforzó en la noche de ayer, luego del acto. “Cristina
no le va a dar la lapicera. No le quiere dar el bastón de mando del
que tanto habló. Va a pelear hasta último momento. No
reconocen a Axel como un emergente”, sostuvo un importante funcionario del
gabinete bonaerense.
En el acto de ayer hubo contradicciones muy
marcadas. La ex presidenta reclamó la
unidad pero, al mismo tiempo, no se privó de lanzar fuertes mensajes para
Kicillof y su tropa. La tregua es a medias. Lo que se produjo el
jueves es un acercamiento por necesidad. La unidad es necesaria para no perder
y para que el peronismo no ingrese en una crisis aún más profunda.
Todo lo que se haga será bajo la coordinación del
PJ nacional. Los gremios más cercanos a la ex presidenta convocarán a un paro
nacional con movilización. Y la dirigencia planea volcarse a las calles para
hacer fuerte el reclamo del peronismo.
Las que siguen serán horas cruciales para el
destino de CFK y de la fuerza política. La interna sigue. No se terminó. Armar una estrategia electoral conjunta será una
tarea extremadamente difícil. Tienen por
delante el desafío de intentarlo.