La falta de percepción sobre la posibilidad real de necesitar una transfusión es uno de los factores que inciden en la caída de donaciones. Nueve de cada diez personas podrían requerir sangre en algún momento de su vida, pero esa realidad no siempre se traduce en un compromiso sostenido con la donación.
Los datos reflejan la magnitud del problema: solo el 42% de los donantes en el país lo hace de manera voluntaria, muy por debajo de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que impulsan un modelo basado en la donación 100% voluntaria.
Según estimaciones del Ministerio de Salud de la Nación, si entre el 3% y el 5% de la población sana donara sangre dos veces al año, se cubrirían todas las necesidades transfusionales. Sin embargo, la tendencia muestra un descenso sostenido que ya impacta en hospitales y centros de salud de todo el país.
La escasez de donantes voluntarios afecta la calidad y seguridad de las transfusiones, un componente central de la medicina actual. Cuando la sangre no alcanza, se registran demoras en cirugías programadas, interrupciones en tratamientos oncohematológicos y limitaciones en la respuesta ante situaciones de urgencia.
Los equipos de salud advierten que la falta de donación espontánea y periódica compromete la planificación sanitaria y genera incertidumbre en pacientes que dependen de transfusiones para sostener sus tratamientos.
Entre las causas del descenso aparecen la desinformación y la persistencia de mitos. Muchas personas donan solo ante una necesidad cercana y no incorporan la donación como un hábito regular. También influyen el miedo a las agujas, la creencia de que donar puede generar malestar y la falta de información clara.
A estos factores se suman condiciones económicas y sociales, la migración de familiares al exterior —que debilita el sistema de reposición—, cambios en los hábitos alimentarios, el aumento de tatuajes que generan períodos de espera y una mayor prevalencia de infecciones transmisibles por transfusión, como la sífilis.
La menor percepción de riesgo frente a infecciones como el VIH también incide, ya que se traduce en más diferimientos en los bancos de sangre. En paralelo, la demanda no deja de crecer por el envejecimiento de la población, el aumento de cirugías complejas, los trasplantes y los tratamientos prolongados asociados a enfermedades crónicas.




