Además de este modelo conocido como “fijista”, en que los colmenares permanecen solo en una zona, existe también el “trashumante”, en general propio de producciones más intensivas, y que funcionan trasladando las colmenas a distintos puntos del país de acuerdo a las temporadas, teniendo en cuenta que la apicultura es una actividad estacionaria propia de los momentos de floración, que las abejas aprovechan al máximo para producir reservas de miel que les sirven para pasar el invierno. En algunas partes, se aprovechan ciertos cultivos para polinizar de manera exclusiva y de ese modo darle valor agregado a las mieles que se extraigan, ya que cada planta incide en el sabor final. Un ejemplo es la miel de limón. “En cuanto a volúmenes, lo que predomina en la Argentina son las producciones a pequeña escala, generalmente de la agricultura familiar, que van de las 10 a las 100 colmenas; y la de mediana, con hasta 800 o inclusive 1.200 colmenas. De allí para arriba ya es necesario contar con mano de obra calificada y tecnificación”, detalla Bravi.
Pero hay un lado B en esta historia, y la efeméride también busca darlo a conocer: los peligros que acechan la supervivencia de las abejas. “Son múltiples factores, pero sin duda la degradación de los ambientes naturales es de los más importantes”, sentencian los especialistas. Y es que se trata de una situación que resulta en la pérdida de diversidad floral, lo cual se traduce en un déficit en la disponibilidad de nutrientes para las abejas que a su vez trae aparejada una baja en el sistema inmune de la colmena, debilitando su salud. En este sentido, la principal amenaza, no solo en el país sino a nivel mundial, es un ácaro llamado Varroa destructor que afecta a las abejas en todos sus estadios, principalmente los de larva y pupa. Se trata de un ectoparásito, es decir un parásito externo, que se alimenta del cuerpo graso, un órgano que en los insectos cumple una función similar al hígado humano. “Las abejas jóvenes se debilitan y descuidan a las crías, que terminan muriendo, y rápidamente se reduce la población de la colmena, perjudicando la producción de miel”, explica Salina.
Por si fuera poco, este parásito es vector de distintos virus, entre ellos dos particularmente dañinos para las abejas: el virus de las alas deformadas, que atrofia y deforma esas extremidades; y el de la cría ensacada, que inhibe el desarrollo de las larvas y provoca su muerte “encerradas” en la muda, antes de pasar a pupas. “Existe un protocolo para medir el nivel de infestación, y de acuerdo al resultado se hacen dos o más tratamientos por año, consistentes en la aplicación de acaricidas en momentos puntuales para no afectar la producción de miel”, añade el experto. Pero no es una solución mágica: cada vez con mayor frecuencia se registran niveles de resistencia a estos productos, por eso también se extiende el uso de acaricidas orgánicos como el ácido oxálico, una sustancia con acción sobre el metabolismo del ácaro que está presente naturalmente en la miel. Por último, la aplicación aérea de agroquímicos en zonas agrícolas es otro factor que afecta a las colmenas toda vez que se produce sin avisar a las autoridades con antelación, tal y como establecen las reglamentaciones provinciales o municipales.
Además de la miel que, cabe aclarar, las abejas producen como alimento para ellas mismas y es apenas el excedente lo que se extrae para consumo humano, de las colmenas también se obtiene polen, jalea real, cera y propóleos, todos productos que se explotan y venden. Aunque en Argentina esa producción es mínima, existen proyectos puntuales que, poco a poco, comienzan a explorarlos. Los propóleos, por ejemplo, son una resina obtenida por las abejas de las yemas de ciertos árboles, que posee potentes propiedades antisépticas y que ellas utilizan para sanitizar el interior de la colmena. Además de estar contenido en jarabes y caramelos para el dolor de garganta, actualmente van ganando terreno en la industria cosmética, donde se integran a cremas y ungüentos. “Más allá de su mayor o menor popularidad, todos los productos que salen de la colmena son excelentes. En particular la miel argentina es de calidad superior y cien por ciento natural: tal cual la fabrican las abejas, llega al consumidor”, concluyen.
Fuente: CONICET